El auge de la costura italiana se inició en los años 1950 gracias a una apuesta decidida de la industria local, que había empezado a destacar especialmente por su artesanía del cuero, que produjo zapatos y accesorios de gran calidad, con marcas como Gucci, Fendi y Ferragamo. El orientalismo también inspiró a otros diseñadores, como Paul Poiret, revitalizador del estilo Imperio -llamado entonces Neoimperio- y creador del «estilo sultana», del que fue punta de lanza sus jupes-coulottes («pantalones harén»), su «túnica pantalla» y el uso del turbante; o el español Mariano Fortuny, que adaptó el caftán a la moda europea y creó el vestido Delphos, de inspiración griega.